... corríamos todo lo rápido que nos permitían las piernas,
girando a la derecha por la primera calle para luego torcer a la izquierda. -
¡Donde vais tan rápido sinvergüenzas! - Dijo una señora que en cuestión de
segundos dejamos atrás. ¿Por qué no cumpliría mi promesa de salir a correr
todas las mañanas?, a medida que pasaban los minutos me costaba más respirar y
los latidos del corazón parecían salidos de una canción de drum and bass. El señor
Lorentz, que había visto por primera vez esta mañana y del que no sabía ni su
nombre real, parecía llevar peor el atravesar una ciudad entera corriendo, pero no
iba a arriesgar mi vida por una pequeña posibilidad de salvar la suya. El
parque que atravesamos a continuación estaba repleto de parejas con sus
respectivos hijos, muchos de los cuales quedaron boquiabiertos al ver pasar
corriendo a dos hombres con mochilas siendo perseguidos por otros ocho o diez
hombres con caras de muy pocos amigos. Entre la multitud, durante no más de
medio segundo, pude fijarme en una chica morena con coleta muy parecida a
Marta, y fue en ese instante cuando comprendí que podría no volver a verla
nunca. Incumpliría todas mis promesas de pasar la vida juntos y ella no me lo
perdonaría jamás, aunque estuviese muerto. - ¡No, no, no! - Gritó el señor Lorentz,
y por los gritos no me hizo falta girarme para saber que sus piernas no habían
sido lo suficientemente rápidas. Mi mochila es la última que queda, y no pienso
perder mi única oportunidad de recuperarla. - No lo conseguiréis - y a partir
de ese momento mi cuerpo sacó fuerzas de donde no quedaban más y me adentré en
la recta final. Varias personas cayeron al suelo por mi falta de agilidad a la
hora de esquivarlas, pero no iba a aminorar mi marcha por muy repleta que
estuviera la calle. Es realmente difícil huir de la policía atravesando Gran
Vía en hora punta. Me sentía como Ewan McGregor en la primera escena de
Trainspotting, solo que yo no he elegido mi vida. Al menos no esta vida. A lo
lejos podía divisar el edificio en el que debía entrar para subir a la última
planta, y sí, llegué a la última planta sin que me atraparan, pero lo
importante no es como llegué, sino porque. En mi otra vida, o lo que es lo
mismo, ayer, me desperté para ir al trabajo. La cama estaba vacía como todas
las mañanas, puesto que Marta siempre se levantaba madia hora antes, pero ayer
en concreto no estaba en ninguna parte de la casa. En su lugar encontré una
foto de ella amordazada y por detrás de la foto las instrucciones que debía
llevar a cabo para recuperarla. No fue fácil cumplirlas. Y como os habréis dado
cuenta no fui el único que debía de llevar a cabo esas instrucciones. Pero lo
conseguí, y aquí estoy, en la azotea de un edificio en alguna parte de Madrid
con unos documentos que interesan demasiado al señor que tengo delante en un
helicóptero, cuya cara me suena de verla en los periódicos, y que agarra a mi
prometida por el brazo. Y ahí es cuando la vi. Apareció aquella sonrisa en su
cara. Una sonrisa que no tenía nada de divertida y que me hizo entender que ni
Marta ni yo íbamos a salir de esa azotea. Y si tú y yo no salimos de aquí
pequeña, no sale nadie…