Otro ejemplo de que las historias que van subiendo de
intensidad pueden ser más emocionantes que las que empiezan con un ritmo
intrépido nos lo muestra Darren Aronofsky y su Cisne Negro, en la que nos
envuelve en una atmósfera cada vez más asfixiante, agobiándonos a medida que
pasan los minutos. Y todo para llegar a un final inolvidable. Click. El Señor X
se sentó en un banco vacío a la sombra de un árbol, y mientras veía jugar a los
niños en el parque ojeaba sin prestar mucha atención al periódico del día. Lo
cierto es que hacía un buen día primaveral, sin demasiado calor pero suficiente
para ir en manga corta. Perfecto para pasar una tarde en la calle. ¿Y qué me
decís de la aclamada The Wire? Media hora después se pucho en marcha y se
adentró por la ciudad, caminando por calles amplias sin un rumbo fijo. Click. A
los cinco minutos de paseo, entró en una cafetería con un gran cristal que
otorgaba unas amplias vistas de la calle. Se iba a pedir un café, pero de
camino a la barra se lo replanteó. Ya estaba todo prácticamente hecho, solo le
faltaba el último y más importante detalle, pero con todo el trabajo que había
realizado era casi imposible que saliera mal. Sí, se lo merecía, descartó la
idea del café y se pidió una cerveza.
- ¿Caña o doble? - Preguntó el camarero apoyado sobre la
barra.
- Que sea una jarra - Contestó.
Se sentó en una de las mesas que estaban pegadas al ventanal
y empezó a dar pequeños sorbos a su bebida. ¿Y los libros?, hay infinidad de
novelas que abandonarías cuando llevas treinta o cincuenta páginas leídas, pero
luego te alegras de haber seguido y ver que al final el libro te parecía
maravilloso. Click. Ya llevaba la cerveza por la mitad del vaso y a cada trago que
daba empezaba a invadirle una sensación de felicidad. Y por último las
amistades. Aquellas amistades que no surgen de la primera conversación, ni de
la segunda, si no que tardan un año, o incluso más, suele pasar que son
amistades tremendamente duraderas, como si se hubiese construido con confianza,
con una buena base, y acaban por ser casi indestructibles. Click. Se acercaba
la hora, estaba seguro de ello. El momento en el que culminarían meses de
trabajo y de esfuerzo. Pero sin duda meses bien invertidos. Click. Vio pasar
por la calle a una señora, con dos bolsas de la compra en cada brazo, que
avanzaba con lentitud. Click. A un joven con un casco de moto del brazo,
bastante más rápido que la señora. Click. A una pareja paseando un Beagle.
Click. Y por último, adelantando a la pareja, ahí estaba ella: pelirroja, falda
corta y piernas larguísimas. Click, click, click. La joven llamó a un portal y
salió un hombre mayor, con una americana gris y vaqueros oscuros, de unos
cincuenta años. Cincuenta y dos para ser exactos. Y fue ahí, justo en ese
instante, delante de la cafetería, cuando se besaron en plena calle. Click,
click, click, click, click, click. El Señor X había tomado suficientes fotos
del beso como para montar un vídeo a cámara lenta. Lo tenía, lo había
conseguido.
Se acercó a la barra y pagó. Mientras salía de la cafetería
y cruzaba la calle iba mencionando mentalmente sus objetivos cumplidos. Primero
había conseguido las fotos con aquella prostituta, por lo que casi con toda
seguridad su mujer le pediría el divorcio. Aquel señor de cincuenta y dos años
fue profesor del Señor X durante su etapa universitaria. Bajó el bordillo de la
acera. También había conseguido fotos de él aceptando dinero mientras entregaba
una carpeta a un señor en un desolado parking a las afueras de la ciudad.
Seguro que al jefe del profesor le interesaría ver aquellas fotos y el hombre
que recogía los documentos le sería familiar. Aquello suponía despido inmediato
de su trabajo fuera de la universidad. El ex profesor del Señor X fue el
culpable de que no se convirtiera en Ingeniero Industrial, puesto que nunca le
aprobó a pesar de que fuese su última asignatura, llegándose a presentar hasta
quince veces al examen, provocándole que
se sumergiera en la peor época de su vida. Terminó de cruzar la calle y ya se
encontraba sólo a unos pasos de ellos. Por último, y lo más ansiado de
conseguir, acababa de fotografiarle enrollándose con una alumna. Al pobre
profesor, que además era un catedrático respetado, y cuyo nombre pongamos que
era Sr Bastardo Impresentable Gutiérrez, le iban a despedir de la universidad
en la que llevaba martirizando a estudiantes durante los últimos veinte años.
El Señor X había conseguido controlar su sangre caliente en los momentos tensos
durante las reuniones con el Sr Bastardo, y optó por intentar sumergir ahora él
al profesor Impresentable en la peor
época de su vida, trazando un plan que llevó a cabo con paciencia y delicadeza.
Estaba hecho, nunca había deseado ningún mal a nadie. Salvo a él. Ahora se dejó
llevar por su sangre caliente, aquella que nos lleva a cometer actos que luego
nos arrepentimos, pero ahora sí podía. Le dijo una serie de expresiones que con
toda seguridad censurarían en cualquier país del mundo.