sábado, 16 de junio de 2012

Ella


...me acerco a la puerta e introduzco la llave, la hago girar y la puerta se abre. Dentro no aprecio ningún nuevo detalle: las luces apagadas, la cocina recogida y las cortinas abiertas en la ventana que da a la calle. Hace seis meses que me dejó mi novia y aún tengo la esperanza de llegar a casa y encontrarme a Sonia. Ella solía reír veinticuatro horas al día pero cuando se trataba de asuntos importantes ya no sonreía. Aquel quince de Febrero fue uno de esos días serios, discutimos y discutimos hasta que perdimos los nervios. Me gritó entre lágrimas "¡No tienes remedio!", a lo que yo la contesté que controlase su mal genio. La vi salir por la puerta para no volver a cruzarla nunca más, mientras yo le decía mentalmente "Volverás, volverás...". Pasaron doce mensajes, tres emails y treinta llamadas, y Sonia seguía sin dirigirme la palabra. Mi cabeza ahora se preguntaba "¿Volverás?" mientras los meses pasaban. Nos conocimos en la playa. Bailando. Borrachos. La miraba. Conseguí preguntarle su nombre, a lo que contestó que con extraños no hablaba. Tres años y algunas copas después nos encontrábamos felizmente prometidos, intentando asentar la cabeza y decidido a estar siempre a su lado. Y todo se esfumó por un simple altercado. Nueve meses después de nuestra separación alguien llamó al teléfono mientras dormía en la habitación: era Sonia hablando con tono enfadado. Dijo "te odio, te odio y te odio", sabía que era cierto y contesté "me lo merezco". Le dije "no como, no salgo y no duermo, antes de conocerte podía vivir sin ti pero ahora es un infierno", me contestó "yo tampoco puedo, así que ahora ven aquí y conquístame de nuevo"...

miércoles, 13 de junio de 2012

Sueños



...la panadería, después viene un bar, al lado se encuentra la tintorería, después un antiguo videoclub que ahora cuelga el cartel de 'se vende', y para acabar la manzana hay una frutería. Alberto podía enumerar todas las tiendas que se encontraban entre su casa y su trabajo. Era un pasatiempo, quizá se podría catalogar como manía, pero todas las mañanas recitaba los negocios mientras caminaba y de esta manera amenizaba sus paseos. Él era contable de profesión, pero su gran sueño era ser deportista de élite. De pequeño destacó en la cantera de uno de los mejores equipos de futbol, y muchos ya le auguraban un futuro lleno de éxitos. Llegó incluso a participar en torneos importantes, pero todo se esfumó cuando le falló la parte más importante y a la vez más delicada del cuerpo humano: la cabeza. Se encontró con quince años en el centro de todas las miradas y no pudo con la presión. Gracias al apoyo de sus padres consiguió terminar los estudios y entrar en la universidad, pero una vez maduró como persona y se encontró inmerso en la rutina de su oficina, volvieron esas ganas de jugar. Y a diferencia de los demás deportistas él no quería ganar títulos. Él lo que quería era ser bueno, más bien ser el mejor. Quería llegar a las grandes citas y ser el protagonista, quería que ochenta mil personas gritaran su nombre al unísono. Quería ser un ídolo. Y cuando una idea se instala en la cabeza de una persona, no desaparece hasta que se intenta llevarla a cabo. Pero claro, veintiséis años son demasiados para empezar una carrera como deportista profesional. Así que aquí nos encontramos, con Alberto de camino al trabajo mientras piensa: "El taller de coches, la panadería, después viene un bar, al lado se encuentra la tintorería, después un videoclub que... no puede ser. Ya no está el videoclub con el cartel de 'se vende'. Ayer estaba y hoy no está, es imposible que lo hayan cambiado de la noche a la mañana". En su lugar lo que había era una tienda sin letrero ni escaparate, con la fachada pintada de color gris y el interior muy poco iluminado. Alberto sintió un escalofrío, puesto que ese negocio estaba carente de personalidad, era frío como el hielo, pero sin embargo había una parte de él que quería entrar. "Si entro ahora llegaré tarde al trabajo, pero por la tarde..." pensó mientras se alejaba caminando distraído de cuanto ocurría a su alrededor. Aquél día fue el más largo desde que entró en la empresa. Estaba ansioso, impaciente, mirando el reloj cada minuto que pasaba. Varios compañeros le preguntaron si se encontraba bien, a lo que él contestaba con un “sí, estoy bien” sin ni siquiera mirarles. Cuando dieron las siete de la tarde salió de la oficina sin despedirse de los compañeros y fue directo a la tienda. Los cinco minutos que pasó dentro de ella fueron los más importantes de su vida, y los que marcaron los treinta y cuatro años restantes hasta el día de su muerte. Una vez se encontró dentro vio que la frialdad que transmitía desde la calle se multiplicaba cuando te encontrabas dentro de ella, pues las paredes estaban desnudas y el único mueble que había en su interior era una mesa con un timbre sobre ella. Antes de darse cuenta su mano había empujado el pulsador y en sus oídos ya retumbaba el 'ding', un sonido tan agudo que le llegó a causar cierto malestar. A los pocos segundos apareció un hombre:
- Buenas tardes, ¿Qué desea? - preguntó el hombre, que iba vestido con un traje negro
- Hola, buenas, quería... quería saber qué es este local. No sé, que venden, porque no he visto ningún cartel fuera y soy del barrio y, no sé, nunca antes había entrado aquí - se sintió estúpido, como si se le hubiera olvidado hablar
- Bueno, no funcionamos como el resto de negocios. Aquí primero me tiene que dar usted algo y luego se muestra el producto - la cara de aquel hombre era de lo más común, tanto que costaba resaltar algún rasgo característico que le diferenciara del resto
- ¿Y qué es lo que le debo dar? - Preguntó inmediatamente
- Creo que ya lo sabe, Don Alberto - Contestó con voz firme. Alberto se quedó mudo por unos segundos, no era capaz de comprender que estaba pasando, no sabía cómo aquel hombre que no había visto en la vida sabía su nombre. Ni comprendía porque había sentido durante todo el día esa necesidad que le empujó a entrar en aquella tienda. Lo único que sabía era lo que tenía que decir a continuación
- De acuerdo, tiene usted mi palabra de que voy a decir la verdad. Lo que diga aquí dentro no va a contener ni una sola mentira. Ahora muéstreme el producto - fue lo primero que dijo sin que le temblara la voz desde que entró en la tienda
- De acuerdo Don Alberto. Lo que aquí ofrecemos son sueños. Cumplimos los sueños de las personas. Pero no cualquier sueño, si no el que sea más importante. Y tenemos un porcentaje de éxito del 100%. Por lo tanto, y como usted ha prometido, dígame cuál es su sueño y nosotros lo llevaremos a cabo. Y cuando se haya cumplido, nunca antes de ese momento, usted nos deberá entregar la cantidad monetaria que estime oportuna. Es una oportunidad única, sin letra pequeña, y no tenemos límites. Poder llevar a cabo cualquier, repito, cualquier sueño. Así que dígame Alberto, ¿Cuál es su sueño? - Contestó el hombre.
Se le había otorgado un deseo, y él sabía perfectamente cuál era, lo sabía desde siempre. Y según escuchó la proposición de aquel hombre Alberto comprendió que era verdad, que lo que aquel hombre le estaba contando no era ninguna broma y podía conseguir llevar a cabo el sueño de su vida. Fue entonces cuando huyó. Corrió y corrió alejándose de allí lo más rápido posible. Alejándose para no volver jamás. No volvió a pisar aquella tienda, ni acercarse a esa calle durante los treinta y cuatro años restantes hasta el día de su muerte...

domingo, 3 de junio de 2012

Inmortalidad


...el libro era majestuoso, páginas y más páginas escritas con un vocabulario exquisito que te hacían adentrarte en la historia hasta el punto de no retorno. Ni el cansancio ni las distracciones, lo único que podía conseguir que dejaras de leer era que te quitaran el libro de las manos a la fuerza. Y aun cuando habías dejado de leer una parte de ti aún seguía dentro de la historia, caminabas por los bosques y te adentrabas en los terrenos aun por explorar en los que o bien conseguías la más grande de las victorias o sucumbirías y pasarías a formar parte de ese libro infinito llamado Olvido. Sentías respirar al unísono con el protagonista y sus heridas te dolían como si estuvieses presente en el campo de batalla. Un libro que apareció de la nada, odiado (envidiado) por muchos y aclamado por pocos que traspasó las fronteras. Que lo censuraran en algunos países no hizo más que avivar la expectación que se había creado. Expectación que nadie comprendía, puesto que el autor no era más que un estudiante.

- No tengo ningún secreto, simplemente me sentaba delante del ordenador con la luz apagada y sin más compañía que una jarra de agua y unos auriculares. Escribía y escribía, hasta tal punto que dejaba de buscar las palabras y eran ellas las que me buscaban a mí. Cuanto menos pensaba más palabras me venían a la cabeza, fluían y lo único que tenía que hacer era transmitirlas al teclado, escribir a la misma velocidad a la que... a la que mi mente me hablaba. Simplemente me dejaba llevar. Estoy muy orgulloso del resultado y espero que este libro pase a formar parte de la historia - fue la respuesta del estudiante.

- ¿Nos podría explicar Señor D.G. como alguien como usted que no había escrito antes ningún libro ha podido crear esta obra que está dando la vuelta al mundo, y así acallar a las malas lenguas que insinúan que no ha sido usted el autor?, ¿Cuál es su secreto? - fue la pregunta del presentador.

Los focos elevaban la temperatura del plató y hacían surgir las molestas gotas de sudor en la frente del estudiante. Todas las cámaras apuntaban a su cara y el público permanecía callado sin dejar de observarle. La presión empezó a incomodarle, comenzó a tener mala cara y a sentir fuertes dolores en el pecho. Las gotas de sudor aumentaban y cada vez escuchaba más lejana la voz del presentador. No es lo mismo llevar la fama desde tu cuarto que desde un plató de televisión desde el que te contempla medio mundo. Cruel escaparate para sufrir un ataque al corazón. Empezó a haber un movimiento constante de personas, parte del público permaneció inmóvil en sus asientos pero el resto comenzó a incomodarse. Llegaron dos médicos con un desfibrilador, varios técnicos abandonaron sus puestos de trabajo, los colaboradores se encaminaron hacia el camerino... Lo único que no se vio alterada fue la luz que indicaba que estaban en antena. Tras pararse su corazón para siempre, aquel estudiante había conseguido ganarse definitivamente un hueco en la historia. Todo había salido a la perfección…