lunes, 27 de agosto de 2012

Paciencia

Esta historia empieza despacio, muy despacio. Es lenta, pausada, sin apenas acción y puede llegar a ser hasta aburrida. Lo sé, es una pésima presentación, pero ¿No hay historias que empiezan realmente lentas y acaban mejorando al final?, de lo que se trata es de jugar con el tiempo. Tempus fugit, sí, pero no hay porque exprimirlo al máximo. También hay que jugar con él de vez en cuando, pensar que los altibajos pueden ser muy emocionantes, y que si aprovechas el tiempo al máximo, al fin y al cabo acaba resultando lineal, simple, igual a cada momento. Por eso viene bien de vez en cuanto frenar, para poder acelerar con más fuerza. ¿Si tomamos como ejemplo las canciones? Tenemos el caso de Starway To Heaven, tras un comienzo lento de cinco minutos y medio, demasiado lento para algunos, la canción aumenta de intensidad y tras sus ocho minutos acabas excitado, emocionado y con ganas de escucharla de nuevo. Click. El señor X era igual, andaba por la calle con pasos lentos y cortos, parándose con cada cosa que le distraía. Pensaba en lo que hacía falta comprar para poder comer los siguientes días. Pasta, mejor varios tipos de pasta, puesto que le encantaba desde que era un crío. También algo de carne, verdura, leche, yogures, cerveza, cereales. Y unas pizzas. Algunas noches llegaba tarde a casa y lo más cómodo era dejar una pizza en el horno mientras se desvestía.

Otro ejemplo de que las historias que van subiendo de intensidad pueden ser más emocionantes que las que empiezan con un ritmo intrépido nos lo muestra Darren Aronofsky y su Cisne Negro, en la que nos envuelve en una atmósfera cada vez más asfixiante, agobiándonos a medida que pasan los minutos. Y todo para llegar a un final inolvidable. Click. El Señor X se sentó en un banco vacío a la sombra de un árbol, y mientras veía jugar a los niños en el parque ojeaba sin prestar mucha atención al periódico del día. Lo cierto es que hacía un buen día primaveral, sin demasiado calor pero suficiente para ir en manga corta. Perfecto para pasar una tarde en la calle. ¿Y qué me decís de la aclamada The Wire? Media hora después se pucho en marcha y se adentró por la ciudad, caminando por calles amplias sin un rumbo fijo. Click. A los cinco minutos de paseo, entró en una cafetería con un gran cristal que otorgaba unas amplias vistas de la calle. Se iba a pedir un café, pero de camino a la barra se lo replanteó. Ya estaba todo prácticamente hecho, solo le faltaba el último y más importante detalle, pero con todo el trabajo que había realizado era casi imposible que saliera mal. Sí, se lo merecía, descartó la idea del café y se pidió una cerveza.

- ¿Caña o doble? - Preguntó el camarero apoyado sobre la barra.

- Que sea una jarra - Contestó.

Se sentó en una de las mesas que estaban pegadas al ventanal y empezó a dar pequeños sorbos a su bebida. ¿Y los libros?, hay infinidad de novelas que abandonarías cuando llevas treinta o cincuenta páginas leídas, pero luego te alegras de haber seguido y ver que al final el libro te parecía maravilloso. Click. Ya llevaba la cerveza por la mitad del vaso y a cada trago que daba empezaba a invadirle una sensación de felicidad. Y por último las amistades. Aquellas amistades que no surgen de la primera conversación, ni de la segunda, si no que tardan un año, o incluso más, suele pasar que son amistades tremendamente duraderas, como si se hubiese construido con confianza, con una buena base, y acaban por ser casi indestructibles. Click. Se acercaba la hora, estaba seguro de ello. El momento en el que culminarían meses de trabajo y de esfuerzo. Pero sin duda meses bien invertidos. Click. Vio pasar por la calle a una señora, con dos bolsas de la compra en cada brazo, que avanzaba con lentitud. Click. A un joven con un casco de moto del brazo, bastante más rápido que la señora. Click. A una pareja paseando un Beagle. Click. Y por último, adelantando a la pareja, ahí estaba ella: pelirroja, falda corta y piernas larguísimas. Click, click, click. La joven llamó a un portal y salió un hombre mayor, con una americana gris y vaqueros oscuros, de unos cincuenta años. Cincuenta y dos para ser exactos. Y fue ahí, justo en ese instante, delante de la cafetería, cuando se besaron en plena calle. Click, click, click, click, click, click. El Señor X había tomado suficientes fotos del beso como para montar un vídeo a cámara lenta. Lo tenía, lo había conseguido.

Se acercó a la barra y pagó. Mientras salía de la cafetería y cruzaba la calle iba mencionando mentalmente sus objetivos cumplidos. Primero había conseguido las fotos con aquella prostituta, por lo que casi con toda seguridad su mujer le pediría el divorcio. Aquel señor de cincuenta y dos años fue profesor del Señor X durante su etapa universitaria. Bajó el bordillo de la acera. También había conseguido fotos de él aceptando dinero mientras entregaba una carpeta a un señor en un desolado parking a las afueras de la ciudad. Seguro que al jefe del profesor le interesaría ver aquellas fotos y el hombre que recogía los documentos le sería familiar. Aquello suponía despido inmediato de su trabajo fuera de la universidad. El ex profesor del Señor X fue el culpable de que no se convirtiera en Ingeniero Industrial, puesto que nunca le aprobó a pesar de que fuese su última asignatura, llegándose a presentar hasta quince veces al examen,  provocándole que se sumergiera en la peor época de su vida. Terminó de cruzar la calle y ya se encontraba sólo a unos pasos de ellos. Por último, y lo más ansiado de conseguir, acababa de fotografiarle enrollándose con una alumna. Al pobre profesor, que además era un catedrático respetado, y cuyo nombre pongamos que era Sr Bastardo Impresentable Gutiérrez, le iban a despedir de la universidad en la que llevaba martirizando a estudiantes durante los últimos veinte años. El Señor X había conseguido controlar su sangre caliente en los momentos tensos durante las reuniones con el Sr Bastardo, y optó por intentar sumergir ahora él al profesor  Impresentable en la peor época de su vida, trazando un plan que llevó a cabo con paciencia y delicadeza. Estaba hecho, nunca había deseado ningún mal a nadie. Salvo a él. Ahora se dejó llevar por su sangre caliente, aquella que nos lleva a cometer actos que luego nos arrepentimos, pero ahora sí podía. Le dijo una serie de expresiones que con toda seguridad censurarían en cualquier país del mundo.

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