miércoles, 31 de octubre de 2012

Botón rojo


Allí estaban todos aquellos botones mirándole de soslayo desde la cabina del avión. Su sueño infantil: tocarlos todos a la vez y a ver qué pasaba. Alargó la mano y acarició el botón que tenía más cerca sin ejercer ninguna presión, notando lo fría que se notaba su superficie lisa y redondeada. Acto seguido un fuerte pitido salió de uno de los paneles de control e instintivamente su brazo sufrió un espasmo y lo pulsó.

- Ups – Se oyó decir a sí mismo.

El miedo empezó a invadirle el cuerpo por las posibles consecuencias de sus actos. Se arrepintió de todas las cervezas que se había tomado mientras mataba las dos horas de retraso con las que salió el vuelo. Cuando se encontraba ya con la mano en el pomo de la puerta para volver a su asiento el pitido que le había asustado dejó de sonar. Se dio la vuelta y miró de nuevo a los botones, fue uno a uno hasta que se detuvo en un enorme botón rojo.

- Bastante has tentado ya a la suerte, ¡Vuelve a tu sitio! – Dijo en alto para convencerse.

Pero ese enorme y llamativo botón rojo decía a gritos: “púlsame”. Cuando se quiso dar cuenta su mano ya lo había pulsado, y pulsó otro, y otro, y así con unos quince botones.

- ¡Pero bueno! – Dijo una azafata nada más entrar en cabina - ¿Qué haces tú aquí?, ¿Dónde está el piloto? Menudo despropósito, esto solo podía pasar en Ryanair…


martes, 30 de octubre de 2012

(in)fiel



Al entrar en la habitación vio a su marido desnudo en la cama. Su hermana, también desnuda, se tapaba la cara con la sábana.

- ¡Cariño espera! – dijo él mientras se incorporaba con una mano y con la otra sostenía un cojín sobre su entrepierna.

Bajó por las escaleras corriendo y fue directa a la cocina a mojarse la cabeza. Su marido salió detrás de ella y la alcanzó ya en el piso de abajo desnudo, pues el cojín se quedó rebotando de un escalón a otro. Una vez se encontraban los dos en la cocina, él le dio la vuelta y pudo ver cómo las lágrimas bajaban por su mejilla.

- Lo siento mucho cariño, siento que lo hayas tenido que presenciar – dijo a la vez que le secaba las mejillas con el dedo gordo.

Se suponía que aquel día ella estaría trabajando hasta tarde puesto que en la oficina estaban terminando un importante proyecto pero no se encontraba bien y su jefe le dio el resto del día libre.

- Te dije que mi única condición era que no me enterase. Era lo único… Sabía que no era buena idea que fueses tú quien le diese la oportunidad a mi hermana de ser madre soltera. Teníamos que haberle dejado los cuatro mil euros de la inseminación in vitro – dijo ella entre lágrimas.



lunes, 29 de octubre de 2012

Viaje



Mirando a través de los cristales salpicados de lluvia, una lluvia que no cesaba de repetir su monótono sonido hora tras hora durante todo el viaje, contemplaba el paisaje mientras repasaba todo lo que había dejado atrás. Adiós al trabajo en una importante consultora con jornadas laborales de doce horas. Adiós a la hora punta del transporte público de cada mañana. Adiós al ruido las veinticuatro horas al día de una ciudad que nunca duerme. Simplemente decidí dejarlo todo una mañana de lunes, llené una maleta de ropa y me marché sin avisar a nadie. Caminaba hacia la estación cruzándome con gente trajeada de camino a la oficina, con ese ritmo intrépido que tienen las grandes urbes, en las que cada minuto cuenta y siempre se llega tarde a algún sitio, arrastrando la maleta a paso lento. Compré el billete y me monté en el tren en el que me encuentro en este momento viendo como llueve fuera pero notando como sale el sol en mi interior. Un tren con destino a una nueva vida.


Frase inicial: @evapripoll

lunes, 22 de octubre de 2012

Necesito...



Necesito una biblia. Me siento dentro de un agujero sin cartel de salida, da igual mirar hacia adelante, hacia atrás o hacia arriba, veo mi futuro negro. Maldita economía. Mi fe se desvanece entre tantos corruptos gordos peces, al ver como muchas veces los que menos sufrimiento merecen más adversidades padecen. Adelanto a dos monjas que esperan en un semáforo, cada una con un rosario de la mano, de camino a la cita con mi abogado. "Necesitas un milagro" me dice con tono preocupado. Más bien necesito que se me aparezca el Espíritu Santo. Un coche pasa a mi lado escuchando a Elphomega mientras admiro la fachada de la iglesia, dos meses después de que mi empresa entrara en quiebra y me sumergiera en una inmensa deuda. Prosigo con mi paseo por callejuelas desiertas hasta que tres hombres me rodean sin darme cuenta. Me zarandean, me golpean y caigo al suelo de rodillas. Me duelen las espinillas y me sangran las mejillas, escucho sus risas y como uno me chilla "queremos nuestros quinientos mil para el lunes, sin demora, sabemos dónde vives maricona" y me dejan en el suelo a solas. Necesito una biblia. Hueca. Para guardar una pistola.

miércoles, 17 de octubre de 2012

Silencio



Acompañado únicamente por mi sombra y Charlie, mi fiel escudero, un Beagle entrado en carnes, caminábamos despacio por las calles desiertas a las diez y media de la noche, según mi móvil de antepenúltima generación, sin preocuparnos por encontrarnos en el camino de algún coche conduciendo de vuelta a casa. A unos cuantos kilómetros se podía ver una lejana tormenta, descargando millones de voltios cada pocos segundos, y a cada relámpago el cielo se iluminaba con una luz intensa, pero sin embargo lo que llegaba a mis oídos era el silencio. Eso era todo lo que oía: silencio. La falta de sonido se convertía en un ruido ensordecedor que no me permitía oír ni el más leve sonido. Aquella noche no había niños gritando, ni coches en marcha con el ruido de sus motores, no había gente hablando por la calle mientras daba un paseo.

Estábamos solos, hasta que apareció un Golden Retriever al final de la calle, acercándose a nosotros a buen paso para quedarse parado a medio metro moviendo la cola. Si se podía caracterizar su expresión de alguna forma era sonriente, contagiaba felicidad mientras nos miraba sin dejarse acariciar. Después de varios segundos nos bordeó para alejarse por la calle y desaparecer para no volver a dejarse ver más. Y de nuevo vuelta a la realidad, a ese ruido, a ese silencio, a esa soledad. No se apreciaba la más mínima ráfaga de viento que moviese las ramas de los árboles, que balancease ligeramente los columpios, que perturbase aquella paz.

Pero en ese mismo instante, a unos cuantos kilómetros de donde me encontraba, ochenta y cinco mil personas rozaban los 120 decibelios dejándose la garganta gritando a veintidós jugadores detrás de un balón.

Y sin embargo, aquí, no escucho nada más que…